Naturaleza de hormigón


Como mis compañeros ya sabrán, toda mi vida he vivido en Santander, una pequeña ciudad situada en Cantabria, al norte de España.
Cantabria es conocida entre otras cosas, y no me refiero a nuestro “querido” presidente Revilla, por sus verdes paisajes, tanto costeros como de montaña. Vayas donde vayas, en cualquier época del año, sus paisajes están inundados de verde, sin embargo, en las ciudades como Santander o Torrelavega, ese verde se ha perdido.



Centrándome en Santander, que es donde más vivencias tengo, apenas tiene zonas verdes en su superficie, y las grandes zonas pertenecen a instituciones o a la historia de la ciudad, como el Palacio de la Magdalena o Mataleñas. Y ahí es donde quería llegar ¿Qué ha pasado con las zonas verdes de las ciudades?



Desde hace décadas nuestro urbanismo se ha basado en ofrecer a la población comodidades llenas de hormigón y asfalto, y no hablo solo de Santander, es algo que ocurre en todas las ciudades españolas, y ya no hablo de otros países…
¿Estamos convirtiendo la naturaleza verde, o no, que nos ofrece nuestro planeta en una naturaleza artificial?
El problema es que esta conversión está muy avanzada, es difícil de frenar y aquellas partes modificadas no pueden volver atrás.
Pero si lo pensamos todo ello viene de la vagancia y la comodidad de nuestra sociedad.
Tengo la suerte de vivir justo delante de un parque público, todas las tardes de mi infancia jugué ahí, pero hará cosas de diez años, el ayuntamiento decidió construir un parking subterráneo en el espacio ocupado por el parque, algo que hizo que todos los vecinos se levantasen a protestar. Al final se dejaron algunas zonas verdes, se construyó el parking, se gastó muchísimo dinero y apenas hay plazas vendidas. Algo parecido ha pasado en los Jardines de Pereda, donde está situado el Centro Botín, un espacio con una gran superficie de hormigón.


Si seguimos así ¿en qué mundo viviremos? ¿Quizás en algo similar a lo que nos describían los futuristas? ¿Las ciudades utópicas de Saint Elia? Por suerte o por desgracia, los pocos edificios que realizó este arquitecto se demolieron. 



Aunque hace más de un siglo que el poeta italiano, Filippo Tomasso Marinetti, publicase el Manifiesto Futurista en el periódico parisino de Le Figaro, concretamente en 1909, nuestras ciudades tienen varios aspectos en común con dicha vanguardia.
El futurismo trataba de crear una gigantesca obra en las ciudades con casas y edificios similares a las máquinas e inspirándose en la tecnología, donde no hay lugar para bosques urbanos, parques, o simples explanadas de hierba. Por suerte, algunos de nuestros edificios conservan una pequeña parcela a su entrada, porque si no, estaríamos, casi, ante una calcomanía del proyecto para el cementerio de Monza de Saint Elia.


Además los futuristas estaban en contra de esconder los ascensores “sino que estos, como sinónimo del progreso humano treparían por las fachadas como serpientes enrocadas de metal y hierro, lo cual volviendo a Santander, podemos apreciar en la vía pública, además de multitud de escaleras y rampas mecánicas repartidas por la ciudad. Con respecto a este tema, he de aclarar que Santander es una ciudad con muchas cuestas y muy empinadas y se instalan sobre todo para la comodidad de gente mayor o gente que va cargada.




En conclusión, no tengo nada personal contra el hormigón, me gustan las comodidades que nos ofrecen los ascensores o escaleras mecánicas, pero hasta cierto punto, no cuando sacrifican las pocas zonas verdes que nos quedan.

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